Caminando con los hijos del viento

Aunque el mundo se desmorone en medio de eventualidades caóticas, es quizá la naturaleza humana la que nos obliga a encontrar un momento y un lugar que nos permita disfrutar del paraíso.  Pero esa idea, tal vez muy bíblica, solo se consume a través de sensaciones y sentimientos.  

La posibilidad de descubrir solo está en la capacidad de asombro que aun nos quede a pesar de la arrogancia que nos ciega en una vida mundana y desesperada, es entonces el paraíso un alto en ese camino para darnos cuenta del valor de la nada, la nada que no es ausente, pero solo se aprecia desde el presente.

Tanta palabrería es solo la intención de contar una experiencia que desató sensaciones y sentimientos que solo encontré en un lugar y en un momento preciso, quizá porque la vida lo quiso así, o tal vez Dios o un dios de los dioses, o también pudo haber sido el destino que enmarañó el camino que recorrimos por las lejanas tierras de Córdoba, irónicamente para escondernos de la amenaza que un solo un huracán puede provocar.

Y como toda historia que desafía la precisión de los laberintos de la vida, esta también comenzó con un plan que nunca sucedió, pero no de manera verniana, sino más bien hubo la sensación de una historia macondiana.

El plan siempre fue llegar a Capurganá, para luego acompañar los ocasos en el horizonte del mar, siguiendo ruta hacia el norte para terminar en la colorida Guajira, pero la tragedia del viernes 13 de noviembre en el municipio de Dabeiba en Antioquia nos devolvió a la ciudad en la que planeamos lo que nunca sucedió. Al retornar a Medellín, el impulso que nos daba la adrenalina provocaba por la frustración de un fallido plan, activó inmediatamente la capacidad investigativa natural del ser humano. Así entonces, un blog nos invitó a un pueblo fantasma bautizado San Bernardo del Viento…

Fantasma porque era tan desconocido para mi compañera como para mí, así como lo es para muchos de los que somos del interior del país, pero también es fantasma porque emula sueños macondianos que nos recuerdan aquello que olvidamos en la celeridad del mundo.

Aunque la ruta era desconocida para los dos, trazamos un mapa con la ayuda de la tecnología y realmente fue más fácil llegar que irse…

El destino era un lugar de nombre Sir Mangle… Creo que solo se entiende cuando se está en el lugar. Luego de un bus a Montería, otro a Santa Cruz de Lorica y un taxi hasta San Bernardo del Viento, llegábamos a un lugar recóndito, cerca de la playa, pero tan extraño como una película de Bergman porque al lado de una casa de playa se hallaba una torre de aires medievales que serviría como habitación del hostal.

El lugar daba la sensación de dejarte estancado en el tiempo, te aislaba del mundo y el espacio, como retrayendo la vida para tener una perspectiva de ella, es por eso quizá que la gente dice que es uno de esos lugares que te dejan sin aliento.

Pero estoy seguro de que el lugar solo era un lienzo en el que fuimos pintando recuerdos que ahora siento me acercaron más a la vida misma, un lienzo que se transformó en una obra colorida porque encontramos a un mago y a una bruja viviendo al lado de la torre, como guardianes de un cuento de Tolkien.

Él, fue el mejor anfitrión que cualquier hotel de lujo quisiese tener, pero fue mucho más que eso. Los magos tienen la capacidad de hacer hechizos, este por supuesto no era la excepción. Ella, una bruja capaz de transformar los elementos más simples en obras hipnotizantes que atrapaban un pedazo de tu alma.

Además, conocimos dos extrañas criaturas que jamás pensarías que podrían caminar: un coco y un patacón, este último por cierto la mejor y más tierna compañía para un paseo de tarde en la playa, mientras que la primera, demostraba síntomas de demencia que hacía todo un poco más alegre.

El mago tenía la costumbre de contar una historia sobre los hijos del viento, decía que los habitantes de la zona eran hijos de los Anemoi, bailaban sobre las olas, descansaban sobre las hojas de las palmas, pero eran tan fuertes que podían desatar un huracán al correr sobre las nubes.  

Era difícil de creer, hasta que vimos uno. Era tan hábil como decían, abría los cocos como si fueran mangos, era capaz de llegar a la punta de una palmera en el mismo tiempo que un coco caía hasta el suelo, una vez bailó sobre las olas y corroboró ser uno de los hijos de los Anemoi, esos dioses del viento que fueron olvidados por viejos navegantes.

Sus destrezas y habilidades eran tan superiores que eran capaces de leer el entorno, se camuflaban con la facilidad de un camaleón, pero en las aguas parecían nadar junto a los peces con la misma facilidad que un delfín, o por lo menos eso decía el mago de los hijos del viento.

Nunca supe cuantas noches realmente estuvimos, pero recuerdo una en particular. Esa noche mi compañera fue preparada por la bruja para iniciar un ritual de celebración, se celebraba la vida y la oportunidad de dar otra vuelta al sol, mi compañera nos permitió acompañarla y disfrutar de los regalos que el entorno nos obsequiaba, incluso antes, durante el día en una larga caminata por la playa en compañía de patacón, la diosa del mar nos regaló un botín de agua dulce para saciar la sed provocada por el calor y el agite. Pero volviendo a la insaciable noche que el mago inició levantando fuego en medio de la arena, el calor nos unía como salvajes que danzan adorando la luz, incluso la extranjera que nos acompañaba se entregó a los brazos del delirio, más noche, cuando la bruja y el mago descansaban, el cielo nos regaló un viaje por el universo, todas las estrellas se sentían como fuego en el corazón, y para cerrar, las temerosas luces de incandescentes rayos nos invitaron a pasar a los brazos de Morfeo.

La bruja también nos contaba historias, nos hablaba de tierras lejanas que se podían ver al otro lado del mar, nos dijo que uno de los hijos del viento, el que tuviera los pies más ligeros, nos podía llevar a la tierra lejana al otro lado del mar, y así fue.

Nos subimos a un pequeño bote que era manejado por aquel de los pies ligeros y poco a poco llegamos a la tierra lejana al otro lado del mar, una pequeña isla donde nacen las olas y llegan al otro lado impulsadas por los hijos del viento.

Al retornar a la tierra, tuvimos la oportunidad de ver a la bruja trabajar, sus poderes eran coloridos, llenos de vida, bondad y un poco de elegancia, entendí entonces que era una bruja porque podía transformar su alrededor, el mago usualmente llevaba los materiales con los que la bruja trabajaba.

Incluso las arañas más sutiles envidiaban el trabajo de la bruja cuando se disponía a tejer, los hilos de colores poco a poco se transformaban en lienzos coloridos, contando una historia, cantando una canción, silbando en el viento, tejiendo olas…

Así transcurrió la vida en esos días; las olas limpiaban nuestros pies y se llevaron las pesadas cargas que hacían más pesados nuestros días; el viento transformó las ideas que nos aturden; y la arena nos dio nuevas bases para continuar en el tiempo más adelante.

Poco a poco comprendí que todo fue una obra de Sir Mangle… pero nunca entendí quién era, aunque siempre tuve la sensación de que nunca nos dejó solos. En algún momento pensamos salir de donde nos había llevado el destino, para darnos cuenta de que el destino seguía siendo el mismo sitio. Creo Sir Mangle nos protegió de la fuerza del huracán, pues al fin y al cabo Sir Mangle lleva caminando con los hijos del viento desde que la torre custodia el movimiento de las olas.

Otro de esos días, el mago me llevó a conocer como era el trabajo de los magos, me di cuenta de que era capaz de hacer brillar la luz del sol en tonos verdes muy cerca del agua, y luego, esa luz verde el ofrecía un minúsculo grano, que en cantidades se transformaba en alimento. También vi luces rojas y otras amarillas.

Decir adiós nunca ha sido fácil, especialmente para melancólicos nostálgicos como suelo ser. Llegar fue una intempestiva del destino y salir la voluntad de la banalidad. Nunca se quiere decir adiós pero siempre es necesario decirlo.

Ahora veo que Sir Mangle usó al mago y a la bruja para comunicarse con nosotros, que planeó todo para que nuestros planes nunca se cumplieran y que nos alimentó el alma para poder decir adiós sin la carga de tristeza que suele tener.

Dijimos adiós porque queremos volver, dijimos adiós porque Sir Mangle cumplió su misión, dijimos adiós porque la bruja nos dotó con poderosos amuletos y el mago nos enseñó hechizos para salvarnos la vida, dijimos adiós porque el huracán también dijo adiós.

Al regresar de Sir Mangle nos dimos cuenta de que despertábamos de un sueño que compartimos con Alicia, pero esta vez no fuimos al país de las maravillas, fuimos a conocer a los hijos del viento.

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